La consumación del sacrificio de Jesucristo y de la gloria eterna del hombre.
El Viernes Santo recordamos el drama inmenso de la MUERTE DE CRISTO EN EL CALVARIO. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
REZAMOS EL VIA CRUCIS
Como es costumbre rezamos el Vía Crucis, también conocido como Camino a la Cruz. Con este rezo, acompañamos a Jesús en sus horas finales, mientras se repasan los catorce momentos (o catorce estaciones), desde su condena hasta su muerte y sepultura.
La celebración
El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. El sacerdote se postra en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
La vestimenta es roja, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.
La Entrada
La impresionante celebración litúrgica del Viernes comienza con un rito de entrada diferente de otros días: el sacerdote entra en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del dia.
ADOREMOS LA CRUZ
Llega el momento en el que pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este día: la veneración de la Santa Cruz que es presentada solemnemente a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. «VENID A ADORARLO», y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho…?» «Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza…» «Victoria, tú reinarás…»