La Opinión de…. Tino Bada, Párroco de la U.P. Trasona, Los Campos, Cancienes y Solis

TITULO:   Y YO ESTABA ALLÍ, Y TÚ … Y TODA LA HUMANIDAD A LOS PIES DE                     SU CRUZ… Del Evangelio según un pobre cura rural… yo mismo…

AUTOR:    Constantino Bada Prendes de La Granda (Tino Bada) . 

                   Párroco de Trasona, Cancienes, Solís y Los Campos

Y YO ESTABA ALLÍ, Y TÚ … Y TODA LA HUMANIDAD A LOS PIES DE SU CRUZ…

Del Evangelio según un pobre cura rural… yo mismo…

Le habían azotado tan cruelmente que en su boca todo le sabía a sangre. Luego le pegaron aún más y se burlaron de ÉL y le escupieron aquellos malvados soldados que con él jugaban al cruel juego llamado «Basileos». Le pusieron un casco de espinas que le destrozó la piel de su cabeza, y le cubrieron con un manto andrajoso. No había dormido, tenía fiebre y tiritaba de frío. No había comido ni bebido nada y estaba muy débil. Se lo llevaron fuera de la ciudad, como a los malhechores que le acompañaban.

Ahora iban a matarle atravesando sus manos y sus pies con unos enormes clavos que le sujetarían a un madero. Lo sabía. Pero antes aún le hicieron llevar sobre sus hombros hasta el lugar de su ejecución aquel pesado travesaño. Era fuerte porque era un hombre sano acostumbrado al trabajo duro de TEKTON… piedra y madera, era un obrero artesano. Pero ahora ya no podía más y se caía. Su mirada se cruzó con la de un tal Simón de Cirene, el padre de Rufo y Alejandro. La vida de aquel cireneo cambió para siempre. A llegar al lugar le desnudaron totalmente, otra humillación para ÉL que era judío. Sin miramientos le clavaron los pies y las manos al madero. Su cuerpo era ahora puro dolor, un dolor tan intenso que le nublaba la vista pero no el sentido: «Padre perdónales… porque no saben lo que hacen». Pero sí, sí que lo sabían aquellos mal nacidos. Cuando le levantaron en la cruz pudo ver la ciudad Santa rodeada de murallas, aquella ciudad que tanto quería y que ahora le mataba… Aún tuvo tiempo de abrazar a Dimas con la mirada desde su madero y prometerle el paraíso… Luego miró a Juan y a su Madre … y la hizo Nuestra.

Y entonces ya no pudo más… dio un fuerte grito de dolor, de pena, de pura humanidad desgarrada y entregó su vida a QUIEN se la había dado…

Y a mí, hermanos, casi se me arrasan ahora los ojos en lágrimas mientras os escribo esto porque yo le conozco muy bien, porque yo soy de su familia, porque yo estaba allí… y tú y todos los cristianos que aquí estamos y le seguimos… y le queremos…

Ahora ya se acabó el dolor para ÉL, su cuerpo destrozado yace inerme sobre la fría piedra de un sepulcro…

Y LA MADRE ESTABA ALLÍ…

A aquella Madre le volvían a poner a su Niño en brazos,… ¡pero qué diferente esta escena de aquella de Belén! En el establo, bendito albergue improvisado, un tembloroso José de Nazaret le había puesto en sus brazos a aquel niño pequeñito y ensangrentado, recién nacido, al que ella fue limpiando y cubriendo con besos amorosos de madre. Ahora también se lo pone en brazos otro José, el de Arimatea, y ella también cubre al hijo de besos… porque sigue siendo su Niño … y ahora también está ensangrentado, ensangrentado, frío, destrozado y muerto… Y María se acuerda de aquellas primeras noches tan felices acunándolo, ¡acunando a Dios! mientras José los miraba a ambos arrobado.

Ahora abraza al Hijo muerto y le susurra al oído de nuevo aquellas nanas de antaño, las que calmaban al Niño mientras dormía en sus brazos.

¡Duerme mi Niño, duerme mi dulce Jesús… shhhh, ya pasó, ya pasó… ya nadie te hará más daño!

Y se le rompe el corazón con siete cuchillos clavados, porque ¡no hay dolor más grande que el de esta Madre Nuestra acunando al Hijo muerto en su materno regazo!

 

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