Jueves Santo, Misa en la Cena del Señor

En esta Eucaristía ‘en la Cena del Señor’ comenzamos el Triduo Pascual, el centro del año litúrgico. Jueves, Viernes y Sábado Santo son los tres días especialmente santos, en que conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra fe cristiana y de la historia de la humanidad. Tres días, en que celebramos el misterio pascual del Señor: su pasión, muerte y resurrección, fuente de Vida para el mundo y fuente inagotable del Amor para la humanidad.

En la tarde de Jueves Santo traemos a nuestra memoria y corazón, las palabras y los gestos de Jesús en la Ultima Cena.

De JOSEPH RATZINGER. EL CAMINO PASCUAL. 

“… a través del gesto simbólico del lavatorio de los pies, el significado de la vida y de la muerte de Jesús. En esta visión desaparece la frontera entre la vida y la muerte del Señor, las cuales se presentan como un acto único, en el que Jesús, el Hijo, lava los pies sucios del hombre. El Señor acepta y realiza el servicio del esclavo, lleva a cabo el trabajo más humilde, el más bajo quehacer del mundo, a fin de hacernos dignos de sentarnos a la mesa, de abrirnos a la comunicación entre nosotros y con Dios, para habituarnos al culto, a la familiaridad con Dios.

Monumento en Sagrado Corazón de Jesús Villalegre

 

¿QUÉ ES LA HORA SANTA?

Se trata  de dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil, como nosotros, y pide al Padre aparte el cáliz. Una hora para acompañarle, como el Ángel del huerto, en cuanto podemos, místicamente, junto al sagrario. Es una hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos, y recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora en definitiva, para agradecer su sacrificio y aprender de El.

Monumento San Pablo – La Luz

Vamos a hacer memoria de lo que en aquellos momentos se oyó y se vivió con intensidad. Hacer memoria no es sólo recordar, es revivir. Jesús se hace presente aquí esta noche con los mismos sentimientos de entrega y servicio, con los mismos deseos de expresarnos su amor. Nosotros somos hoy los discípulos amados, que quieren escuchar y acompañar, quieren orar y velar, quieren aunque no lo logran, queremos.

Jesús queremos estar aquí contigo,  sabemos que fue una hora difícil para ti, porque cuánto más sentías la necesidad de cercanía, te dejaron solo, porque en la hora de tu mayor lucidez, tus íntimos dormían, porque en esta hora de consciencia de todo lo que está por caerte encima, ellos no entienden nada.

 Descubramos hoy nuevamente, con qué amor tan grande amó Jesús, especialmente a los doce, y qué distancia tan grande se contempla entre el maestro y los discípulos. Él tan divino, ellos tan humanos, él tan elevado, ellos tan mezquinos, cómo le dolería en el alma esa soledad tan grande que se percibe en Getsemaní. Por eso estamos aquí.

Vamos a iniciar hora de oración haciendo silencio para preparar nuestro corazón para el encuentro con el Dios de Jesús, porque fue una hora difícil, hoy queremos regalarte una hora de nuestro tiempo, hacerte al menos hoy y nosotros compañía.

 

 

Jesús presiente que ha llegado su hora y siente necesidad de buscar al Padre, de estar con Él. Se acercan momentos duros. Los suyos no sólo no parecen enterarse, siguen sin hacerlo, Jesús no confía en que le puedan acompañar en este trance. No se lo pide, siente la soledad y acude a Dios que sabe no le va a dejar solo. Le duele la inconsciencia de sus discípulos por más que se ha esforzado en abrir sus ojos, le duele su no poder acompañarle, pero sabe que no es cosas de ellos, que todavía no están preparados, que ya lo estarán. Ahora es su hora, más tarde llegará la de ellos. A sus más cercanos les confiesa la tristeza que siente, empieza la hora triste, después de tanta vida compartida, de tantos momentos, de tanto camino recorrido, después de tantas emociones vividas, llega el bajón. Las tinieblas entran en su corazón: pavor, angustia, tristeza hasta la muerte.

El mal no se da por vencido nunca, nunca tira la toalla, vuelve a la carga contra Jesús, ahora no le tienta con halagos sino con el miedo, el asco y el sinsentido. Es el misterio de la noche, de la debilidad, de la tentación.

Jesús se enfrentó al poder del mal, entró en conflicto con los poderosos que mantenían al pueblo oprimido, que distorsionaban a su favor la imagen de Dios, que colaboraban con un sistema injusto que ponía por encima de la persona al dinero, que marginaba por impuros a extranjeros y enfermos, que culpabilizaba al enfermo por su dolencia (“si no pecó él, pecaron sus padres”), que había puesto la ley por encima del hombre, convertido el templo en un mercado o el mercado en el templo. Jesús cuestionó la blasfemia de quienes habían convertido a Dios en un ídolo manejable y denunció que el Dios que mostraban no era el Dios de la Alianza, aunque fue Él el condenado por blasfemo…

Jesús sabe que saldrá mal parado del enfrentamiento con los dueños de las tinieblas, y decide irrevocablemente subir a Jerusalén, donde afrontará la violencia del mal, la Pascua no ocurre porque sí, sino porque Jesús afronta el conflicto con la religiosidad establecida, con la complicidad de los jefes del pueblo y las fuerzas de la ocupación romana. Ante las posturas tomadas conscientemente a lo largo de su vida, no podía huir y renunciar a lo que era y pactar con los intereses del mal, tras la dura pelea en el desierto de Judea, Jesús volverá a enfrentarse con la mentira, llega ‘la hora y el poder de las tinieblas’, no seamos ingenuos, no menospreciemos el inmenso poder del mal…Jesús no lo hizo.

Se postró en tierra y suplicaba que, a ser posible, no tuviera que pasar por aquel trance.

Decía:¡Abba, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura.

Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú.

Jesús se siente derrotado, cae de rodillas al suelo y suplica a su Padre, es demasiado el peso que cae sobre él, le pesa el futuro negro, le pesa el pecado del mundo, le pesa el sufrimiento humano, le pesa el mundo entero. No puede más y se derrumba. Pero queda de rodillas suplicando. Se siente tentado de echarse atrás, no quiere lo que se le avecina. Pero se deja vencer por Dios, se agarra a la fidelidad, al proyecto de persona y de mundo que ha mostrado, a no desdecirse, a no acobardarse, el Padre vence al mal.

En esta noche de oración en Getsemaní, Jesús refuerza su confianza en el Abba, quizás en el peor momento de su vida sigue descubriendo que su Padre le ama y protege, por ello Jesús, vulnerable, pero firme y con ánimo fuerte, con la confianza invencible de quien ‘ha conocido y creído’ lleva la decisión a las últimas consecuencias, actúa, afronta libre y valiente el conflicto, la hora del mal ha llegado, porque no hay escapatoria sin traicionar todo lo que ha dicho y hecho.

Volvió y se los encontró dormidos. Y dijo a Pedro:

Simón ¿duermes? ¿No has podido velar ni siquiera una hora?

Velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba,que el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil.

En Getsemaní se hace palpable la decisión de Jesús y cómo asume la soledad que de ella se deriva. Se hace evidente que sabe lo que va a pasar, y que está dispuesto a pasar por ello. Jesús se siente solo, por la torpeza y cansancio de los suyos, ni siquiera sus amigos comprenden su decisión y entienden lo que va a pasar… ellos, ciegos e inconscientes, duermen mientras Él ve lo que se le viene encima.

En la oración de Getsemaní, Jesús sabe que no está solo, Dios está de su lado… aunque no pueda librarle de ese cáliz, aunque no pueda intervenir en la historia, aunque aparentemente nada cambie, todo cambia. Preparado y confiado en la fuerza de Dios, sin ser arrastrado por nadie, apoyado interiormente, aunque despojado de armaduras como David ante Goliat. Jesús consiente a ese amor que viene y nos toma, da su sí filial. Dios no violenta nunca la libertad de hombre, tampoco la de su Hijo.

Se alejó de nuevo y oró repitiendo lo mismo

La hora se hizo larga, Jesús no sabe más que repetir la misma oración al Abba, ¿Cuántas veces lo diría? Pero era como si el Padre estuviera sordo, parecía que la oración rebotaba en el cielo. Jesús seguía suplicando, sólo Tú puedes, sé que Tú puedes, aparta de mía esta copa de amargura, cambia el curso de la historia, cambia el corazón de los hombres, vence al mal antes del combate final que me cueste la vida… Tú puedes

Volvió por tercera vez y les dijo

¿Todavía estáis durmiendo y descansando?

Ni haberlos despertado en dos ocasiones anteriores, ni su haber compartido esa tristeza mortal que siente, ni haberlo visto caer al suelo y suplicar, quizás sollozando, puede con el cansancio de los discípulos. Cuántas veces tras la crucifixión volverían los discípulos a acordarse de esta escena, cuántas se dirían como no velamos y oramos con Él y por Él, cómo fuimos tan necios, tan egoístas, tan ciegos, cómo nos puedo el cansancio tan rápida y fácilmente, cómo… son tantas las lecturas que solemos hacer a posteriori cuando ya conocemos el desenlace los hechos, tantas… cómo no nos dimos cuenta…

¡Basta ya! Ha llegado la hora

Mirad el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores ¡Levantaos! Ya está aquí el que me va a entregar

En esta hora de la conciencia, de la entrega definitiva, Jesús asume que ha llegado la hora de dar la vida. Jesús se enfrenta al conflicto no desde la pasividad sacrificial, como quien ‘es llevado’ a la muerte presionado por las circunstancias, sino que se dirige a ese combate desigual que le llevará al patíbulo, la Cruz, como oveja llevada al matadero pero voluntariamente ‘yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy Yo quien la doy por mi propia voluntad’ (Jn.10,17-18). Ya está aquí el que me va a entregar, pero yo tomo la iniciativa, antes de que me Judas me entregue, me entrego yo, se anticipó la gracia al mal. Por voluntad de Dios y de Jesús la iniciativa ya no es del pecado, sino del amor. La salvación no viene por una traición, sino por una ofrenda de amor. No es consecuencia de decisiones humanas, sino del compromiso de Dios con los hombres.

Jesús quiere en esta noche oscura dar la vida por cada uno de nosotros, por nuestras heridas, por nuestro pecado, por nuestro sufrir, por nuestro mal moral, por nuestra frágil condición. Por ti, Yo doy la vida por ti, quizás hoy no lo sepas o no lo quieras ver, pero cuando me entregué libremente y sin violencia alguna pensaba en ti, en que ti que necesitabas hoy que Yo te mostrara el camino del sentido.

Hemos contemplado a Jesús, su silencio, su oración, su tristeza y angustia, su petición de compañía y oración a sus amigos más íntimos, su perseverancia en pedirles por segunda vez que velen y oren para acabar desistiendo, su confianza en Dios, su afrontar el conflicto, su mantenerse en sus opciones vitales, su aceptar su vulnerabilidad y utilizar como única coraza de protección la confianza en Dios, su acción decidida: ¡Levantaos!, ¡vámonos!, su no querer sufrir pero aceptar el sufrimiento, su sí filial, su respuesta amorosa al amor primero: darlo todo, hasta la vida (no hay amor tan grande). Ya no puedo decir que nadie haya hecho por mí semejante acto de generosidad y entrega, semejante acto de amor. Jesús dio la vida por mí, ponle a ese mí tu nombre y hazte consciente del sacrificio que Jesús hizo esa noche oscura por ti, por tus pecados, por tu vida nueva. La entrega de Jesús debería engendrar en nosotros un deseo firme, una capacidad nueva: estar con Él, subir con Él a Jerusalén y acompañarle en su destino, sea el que sea. ¡Después ya se verá de lo que somos capaces

.Hora Santa

Pongámonos en la presencia de Jesús.

Vamos a estar una hora con Jesús. Pensad que no es un sacrificio, es una gracia, una predilección.

Gracias, Señor, porque nos permites estar contigo.

Siempre estamos en tu presencia, pero ahora con más intensidad.

Nuestro estar aquí esta noche es la presencia del amigo en un momento delicado para el amigo.

Al amigo le duele que le dejemos solo. ¿No habéis podido velar ni siquiera una hora conmigo?

Jesús está noche te reconoce, te llama por tu nombre, como llamó sus Apóstoles; cuándo él pronuncia tu nombre, te recrea. Te ama.

Jesús, queremos  estar contigo, recordar tus palabras, Benditas palabras.

Poner nuestro corazón junto a tuyo, y captar tus sentimientos.

Miremos a Jesús en silencio. El silencio es la mejor manera de escuchar, porque nos va a permite llevar hasta el corazón las cosas que vemos, que oímos, que sentimos.

Lectura de Juan Juan 15:9-17

»Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.  11 Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa.  12 Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.  13 Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.  14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.  15 Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes.  16 No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.  17 Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros.

Es bien conocido es el amor de Jesús. Es más, Jesús es Amor, el Amor de los amores. Mucho podemos decir de su infinito amor. Destaquemos hoy cinco características de su amor, que como cinco resplandores  brillan en nuestras vidas .

GRATUIDAD: El amor de Jesús es gratis. El amor de Jesús es gratuidad. Él nos amó primero: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”. No nos eligió por nuestros méritos, sino por su designio eterno. “Antes de formarte en el seno materno, te conocía”, antes de que fueras, yo te amaba.

¿Y qué nos pide a cambio? Que nos dejemos amar, que creamos en el amor. Nos pide confianza e intimidad. Ni siquiera nos ama para que le amemos, sino para que nos amemos, para que seamos felices amando, para que vivamos en el amor.

LA MISERICORDIA: Dios es amor misericordioso. Si preguntamos la razón de por qué nos ama, la única respuesta es su misericordia. Te ama porque te conocía, conocía tus miserias, y se compadeció de ti, volcando su corazón sobre ti.

Podría pensarse en un amor “justo”, que favoreciera a cada uno según sus méritos. El amor de Dios rompe estos esquemas. Sabemos que tiene preferencias, pero hacia los pequeños y los pobres.

La misericordia es la que más resplandece en Cristo, cuyas entrañas se conmovían ante las miserias humanas.

SERVICIALIDAD: El amor de Cristo no se queda en sentimientos, sino que se traduce en compromisos curativos y liberadores. Cuando ve una miseria humana, no se limita a conmoverse, sino que se acerca, asume la realidad, ofrece la ayuda necesaria. Es un amor humilde y samaritano.

Hoy nos fijamos especialmente en el Lavatorio. Jesús, con la toalla y la jofaina, a los pies de sus discípulos.

Recordemos en nuestro corazón el episodio de Jesús como siervo.

Pongámosle nuestro rostro al de los discípulos. Cambiemos el nombre de Pedro por el nuestro propio.

Lávame, Señor, los pies, las manos, la cabeza y el corazón. Lávame y enséñame a lavar los pies de mis hermanos, a curar sus heridas, a cargar con ellas.

GENEROSIDAD: Por nosotros lo da todo y se dio del todo. Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos: se empequeñecía para dignificarnos; se entregó para salvarnos. Nos dio su palabra, sus medicinas, su pan. Se dio él mismo haciéndose pan. Nos dio su cuerpo y su sangre y su Espíritu.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Como él, muchos seguidores suyos, han dado la vida por los hermanos. Por él, muchos amigos suyos han dado la vida. ¿Recuerdas alguno? Dilo en voz alta. (Invitamos a la gente a que en voz alta digan nombres de quienes recuerdan que ha dado la vida por Dios o por los demás. Sean santos o no. Hayan muerto o no).

PERMANENCIA: Se repite el Permaneced en mi amor, como yo permanezco en su amor. Él nos quiere desde siempre y para siempre. Se habla también de la intimidad, como la savia en la vid.

Permanecer es estar siempre, por encima del tiempo. Cuando la vida nos va bien. Cuando la vida no va mal. Cuando estamos enamorados, o cuando las discusiones son el pan nuestro de cada día. Cuando estamos sanos, y cuando estamos enfermos. Cuando éramos niños, cuando somos adultos, cuando seamos mayores. Siempre y en todo momento Dios permanece amándome. Y yo ¿Permanezco unido a su amor? ¿Permanezco amándole? ¿Permaneceré amándole mañana, y el año que viene, y el otro, y el otro?

 

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