Jueves Santo de la Cena del Señor
El Jueves Santo sintetiza la fe de la comunidad cristiana. Es día de intimidad, de oración, de compromiso fraterno, de alianza, de amor. Tenemos motivo para la alegría: vamos a hacer memoria de lo que hizo Jesús en la Última Cena, «la noche en que iba a ser entregado». Una tarde (noche) maravillosa llena de amor que anticipa el «amor hasta el fin» que celebramos en este Triduo Pascual de su Muerte y Resurrección.
Celebramos que Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena, enseñándonos que Él está presente en el pan y en el vino consagrados. Asimismo, estableció el Sacerdocio Ministerial al decirle a los apóstoles: “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11,25). También les lavó los pies a sus discípulos para enseñarles el mandamiento del amor y del servicio.
Institución de la Eucaristía
“Haced esto en memoria mía”, dice Jesús a los Apóstoles (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, Jesús instituye la Eucaristía, el sacramento que perpetúa su ofrenda para siempre. En la Cena de aquel primer Jueves Santo, Jesús nos dejó la Eucaristía como don del amor y fuente inagotable de amor; el sacramento que perpetúa por todos los siglos la ofrenda libre, total y amorosa de Cristo en la Cruz para la vida del mundo. Siguiendo el mandato de Jesús, en cada santa misa actualizamos este mandato del Señor, actualizamos de modo incruento su sacrificio en la cruz y actualizamos su Pascua. El sacerdote pronuncia las mismas palabras de Cristo en su nombre. Con Él repite sobre el pan: “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” y luego sobre el cáliz: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre” que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados (cfr. 1 Co 11, 24-25).
En la Eucaristía, los creyentes recibimos el efecto salvador de la Cruz y el alimento para el camino. En la comunión, Cristo se nos da como comida para unirse a nosotros y crear comunión fraterna entre nosotros y hacernos germen de unidad de todos los pueblos.
Agradezcamos al Señor por habernos hecho el don de la Eucaristía. Hagamos el propósito de participar en la Santa Misa con una fe renovada en lo que en ella acontece; acerquémonos con conciencia pura, libre de pecado: ¡es el memorial de su muerte y resurrección de Jesús, vínculo de amor y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna! ¡Qué pena cuando los cristianos asistimos pasivos a la Santa Misa, como quien acude, por obligación y aburrido, a un espectáculo monótono en el que se representan cosas sin ningún interés para nosotros! ¡Qué pena produce el contraste entre el amor de Dios que llega en la Misa hasta el extremo y la indiferencia con que nosotros cristianos contemplamos a veces este misterio!
Institución del sacerdocio ordenado
Al recordar y agradecer la tarde del Jueves Santo el don de la Eucaristía, recordamos y agradecemos también el don del sacerdocio ordenado. “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras de Cristo son confiadas, como tarea específica, a los Apóstoles y a quienes continúan su ministerio o participan de él -los obispos y los sacerdotes. A ellos, Jesús les entrega la potestad de hacer en su nombre lo que Él acaba de realizar, es decir de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Diciendo “haced esto” instituye el sacerdocio ministerial, esencial y necesario para la misma Iglesia. “No hay Eucaristía sin sacerdocio”. La Eucaristía, celebrada por los sacerdotes, hace presente en toda generación y en cualquier rincón de la tierra la obra de Cristo. Hoy se vuelve a sentir, entre el pueblo creyente, la necesidad de sacerdotes. Pero no olvidemos que sólo una Iglesia enamorada de la Eucaristía engendra, a su vez, santas y numerosas vocaciones sacerdotales. Y lo hace mediante la oración y el testimonio de santidad, dado especialmente a las nuevas generaciones.
Lecturas del Jueves Santo
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis: cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta al Señor, ley perpetua para todas las generaciones.»»
Palabra de Dios
Salmo
R/. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Segunda lectura
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Palabra de Dios
Evangelio
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»
Palabra del Señor