𝓒𝓻𝓲𝓼𝓽𝓸, 𝓡𝓮𝔂 𝓭𝓮𝓵 𝓤𝓷𝓲𝓿𝓮𝓻𝓼𝓸

Este próximo domingo celebramos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo
La solemnidad de NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO, es una fiesta que siempre cierra el Año Litúrgico en el que se fue meditando sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios.

Fue el papa Pío XI quien, el 11 de diciembre de 1925, con la encíclica «Quas primas», instituía esta solemnidad.

Tras el Concilio Vaticano II, la fiesta fua trasladada al último domingo del tiempo ordinario, como final del año litúrgico. El objetivo de esta fiesta es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Lo confesamos supremo Señor del cielo y de la tierra, de la Iglesia y de nuestras almas.

Cristo es el principio y el fin, el alfa y el omega. Cristo reina con su mensaje de amor, justicia y servicio. El reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres y mujeres.

Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos; de este modo, vamos creando, desde ahora, el Reino de Cristo en nosotros mismos y en donde vivimos, estudiamos o jugamos.

Hace tres años, el Papa Francisco dijo durante el Ángelus que «Jesús … viene a nosotros todos los días, de tantas maneras «. Más adelante, dijo que la Virgen María siempre nos ayuda a encontrar a su Amado Hijo en la Palabra de Dios y en la Eucaristía y, también en los hermanos que sufren. Sabemos que hay muchos, muchos hermanos, millones de ellos niños, que sufren en este mundo, que tienen hambre, que están enfermos, que no tienen una casa digna, algunos ni pueden ir a la escuela pues en sus países hay violencia y guerra.

ORACIÓN

Jesucristo, Dios verdadero de Dios verdadero,
para no dejar ni un momento
a la humanidad abandonada a sí misma,
quisiste, antes de morir,
instituir el Sacramento de la Eucaristía;
en El estás, no sólo como luz
y alimento de las almas,
sino también como Sol de vida
y felicidad de tos pueblos.
Yo te adoro por las maravillas de tu amor.
A ti acudo, mi Divino Bien,
para que cures mis profundas llagas.
Imploro tu piedad, para que me perdones,
Padre todo misericordioso.
He sido ingrato y no merezco tu clemencia,
pero Tú, sin merecerla, me la ofreces,
poniéndola ante los ojos.
Tú me llamas, diciéndome:
Venid a mí todos los que trabajáis
y estáis cargados y yo os daré refrigerio.
Desde tu Sacramento me das tu gracia,
el perdón de mis culpas,
los bienes que necesito.
Concédeme rechazar
todo lo que en mí es malo, servirte siempre,
nunca ofenderte, llorar lo pasado,
aspirar a lo eterno.

 

 

 

 

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